Entrevista a El Grito (Río Cuarto 2001-2005)

Gretel llegó al taller de experimentación poética La inspiración no existe y al momento de presentarse comentó, casi al pasar, que su experiencia poética estaba atravesada por lo que fue El Grito. Dio algunas precisiones para sus oyentes, pero no abundó. Como algunxs asistentes formamos parte del Colectivo Cultural Glauce Baldovin, decidimos preguntarle si les interesaba responder un par de preguntas para una entrevista, con el afán de seguir construyendo la memoria poética, artística y cultural de Río Cuarto. Accedieron con mucho gusto y respondieron en conjunto Emanuel Maurino, Rocío Paulizzi, María Reineri y Gretel Sabena.

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¿Qué fue El Grito?

Fue un colectivo formado por estudiantes de Ciencias de la Comunicación. Era el año 2001, ya estábamos en la etapa de elegir qué orientación seguir, y quienes en un principio no nos dábamos ni bola, en esa época comenzábamos a juntarnos y a mezclarnos. Tanto fue así que para cumplir con los prácticos eran muy comunes las reuniones de los de “medios” y los de “institucional” en la misma casa. Hacíamos las tareas y luego partíamos todos juntos a la Universidad.

Lo de El Grito surgió en la clase de Comunicación Radiofónica cuando, luego de haber hecho una de las dinámicas grupales que incluía escribir unos textos inspirados en la música de Debussy, la profesora a cargo nos hizo parar para luego decirnos que nos esperaba después de clases. Luego, eso devino en la propuesta de hacer un programa de radio, en la emisora de la Uni. El programa se sostenía sobre la base de los textos que escribíamos para ese ficcional que llamamos El Eternauta, y que abordamos junto a otros compañerxs que luego no formaron parte del colectivo.

Lo que nos interesaba era escribir poesía, pero dentro del grupo había muchos que también cultivaban otro tipo de artes: la pintura, el dibujo, la música, el teatro, las producciones audiovisuales, la fotografía.

Se nos dio rápidamente eso de producir y publicar. Pasábamos largas noches leyéndonos entre nosotros los textos de cada uno. Hacíamos devoluciones y proponíamos correcciones. Nadie sabía mucho, pero todo estábamos obnubilados por las posibilidades que nos brindaba la poesía y la abrazamos, con todo.

Un día nos vimos sentados frente al entonces secretario de Cultura de la Muni para pedir un espacio, y otro día con el secretario de Extensión de la Universidad para pedir resmas de papel y la disponibilidad de la imprenta. Y esos son sólo ejemplos. El Grito fue una experiencia literaria por sobre todas las cosas, pero también nos formó en la autogestión, en comunicación cultural y en diseño gráfico.

Después de algunas presentaciones y publicaciones de plaquetas surgió la inquietud de formarnos y hacer talleres. Empezamos yendo a Quetzal, invitados por el poeta Jorge Torres. Estábamos fascinados con el surrealismo y la posibilidad de la escritura automática. A partir de allí, durante todas las clases que nos aburrían, construíamos eternos “cadáveres exquisitos” que nos íbamos pasando por lo bajo para que nadie se diera cuenta. Nos llamábamos “lxs poetas de clase”, en un pequeño homenaje a “los poetas del aire” que tanto habíamos leído y coleccionado sus plaquetas y publicaciones.

Más tarde tuvimos charlas y reuniones con otros escritores, Claudio Asaad fue uno de los que más nos apoyó y nos prestó (y regaló) muchos libros; también Pablo Dema y el poeta villamariense Alejandro Schmidt; entre muchxs otrxs.

Durante mucho tiempo, el lugar de las reuniones fue una casona donde, de día, funcionaba una cerealera; y posterior a eso, la gente de la SADE nos prestó el lugar que usaban ellos, en la planta alta del Centro Cultural el Andino, donde pasamos largas noches de lectura y escritura en lo que llamábamos “nuestro propio taller”. Para quienes no lo saben, ese lugar alberga la biblioteca personal de Juan Filloy y todo lo que había allí era pura maravilla.

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